Devocionales

Ya no estamos separadas

Shala W. Graham 2 de abril de 2021
Y en virtud de esa voluntad somos santificados mediante el sacrificio del cuerpo de Jesucristo, ofrecido una vez y para siempre. Hebreos 10:10 (NVI)

Hay un sentimiento que conozco demasiado bien. Lo he sentido en una conferencia de trabajo y en una reunión de la iglesia.

Es la sensación de estar separada. De no ser suficiente. No ser parte del grupo social popular. Con falta de acceso a recursos críticos o personas clave. Sentirse como la fea del baile.

Invisible. Sin importancia. No deseada.

Me doy cuenta de que este sentimiento puede ser el resultado de mis inseguridades. O tal vez soy solo una introvertida, que se aterroriza cuando la arrojan a una gran multitud.

No obstante, vivo en un mundo al que le encanta separar a las personas. Los que tienen de los que no tienen. Los deportistas de los nerdos. Los líderes de los seguidores. Los experimentados de los novatos. Me clasifican por mi raza, género, educación, carrera y nivel socioeconómico. Dependiendo de qué lado me encuentre en esa línea invisible, tengo acceso a las cosas buenas o no.

Vemos una separación o línea divisoria muy clara en el Antiguo Testamento. En el antiguo pacto entre Dios e Israel, había reglamentos para la adoración y un lugar para la adoración, conocido como el tabernáculo. El tabernáculo tenía dos habitaciones importantes: el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Estas habitaciones, divididas por cortinas, eran solo para sacerdotes.

Las Escrituras enseñan en Hebreos 9:6-7 que … los sacerdotes entran continuamente en la primera parte del tabernáculo para celebrar el culto. Pero en la segunda parte entra únicamente el sumo sacerdote, y solo una vez al año, provisto siempre de sangre que ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia cometidos por el pueblo. (NVI)

El Lugar Santísimo contenía el arca del pacto y la presencia misma de Dios. Durante 364 días, a nadie se le permitía entrar en ese espacio, para tener acceso directo a Dios. Un día al año, solo una persona, el sumo sacerdote, podía cruzar el umbral de separación hacia el Lugar Santísimo para ofrecer un sacrificio que cubriera los pecados de la gente. Eso era lo más cercano a Dios que cualquier persona podía estar.

Día tras día, año tras año, el pueblo de Dios tenía una línea física, una cortina, que les recordaba que se mantuvieran separados del Lugar Santo porque no eran santos.

Pero desde el momento en que el pecado entró en el mundo, Dios se había acercado más a nosotros, anhelando estar con nosotros y restaurar la intimidad espiritual perdida en el jardín del Edén. Y el día que llamamos Viernes Santo, nuestro buen Dios terminó Su viaje de regreso a nosotros cuando Su Hijo, Jesús, ofreció un sacrificio final por nuestros pecados: Él mismo, en una cruz.

Entonces Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró. La cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo (Marcos 15:37-38, NVI).  Jesús se convirtió en nuestro gran Sumo Sacerdote para siempre, rasgando la cortina de separación en dos mientras colgaba de la cruz.

Entró una sola vez y para siempre en el Lugar Santísimo. No lo hizo con sangre de machos cabríos y becerros, sino con su propia sangre, logrando así un rescate eterno. (Hebreos 9:12, NVI)

Y en virtud de esa voluntad somos santificados mediante el sacrificio del cuerpo de Jesucristo, ofrecido una vez y para siempre.  … Porque con un solo sacrificio ha hecho perfectos para siempre a los que está santificando. (Hebreos 10:10, 14, NVI)

Si bien soy muy consciente de mi pecado y a menudo me siento indigna, el sacrificio de Jesús en la cruz anula las consecuencias de mi pecado y anula mis sentimientos con la verdad.

Y la verdad es que, al aceptar la muerte de Jesús en la cruz por nuestros pecados, somos santificadas, ¡cumpliendo el deseo de Dios para nosotras! Debido a que la sangre del Cordero perfecto nos santifica, podemos entrar al Lugar Santísimo para encontrarnos con Dios directamente.

Ya no estamos separadas. Somos deseadas. Somos santas, unidas a Dios  por siempre.

Padre, tu extravagante amor por nosotras es alucinante. Gracias por tu gran plan de enviar a Jesús a la cruz para cubrir nuestros pecados. Nunca comprenderé completamente cómo somos santificadas ante Tus ojos, pero elijo recibirlo, acogerlo, anhelarlo y caminar en ello. En el Nombre de Jesús, Amén.

Verdad para hoy

Hebreos 4:16, Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos. (NVI)

Hebreos 9:27-28, Y así como está establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y después venga el juicio, también Cristo fue ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, ya no para cargar con pecado alguno, sino para traer salvación a quienes lo esperan. (NVI)

Las dos secciones siguientes pueden contener enlaces de contenido solo en inglés.

Recursos Adicionales

Lee otro devocional que celebra el milagro y la gracia de Pascua, Un giro inesperado por Kathy Crabtree.

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