Aun si peca contra ti siete veces en un día, y siete veces regresa a decirte que se arrepiente, perdónalo. Lucas 17:4 (NVI)
Durante mi infancia no pasé mucho tiempo con mi abuela, por lo cual las palabras me resultaron difíciles cuando le pregunté si mis hijos y yo podíamos quedarnos con ella mientras nos trasladamos de regreso a Colorado.
Creí que mi esposo y yo estábamos en una etapa de reconciliación, solo para descubrir que todo era una ilusión.
Entonces, cuando mi abuela me ofreció un «sí» con toda naturalidad, como si mi pregunta tuviera una conclusión inevitable, suspiré de alivio. Así era mi abuela. Pero lo que le faltaba en calidez lo poseía en sabiduría.
Aunque no me quedé en casa de mi abuela por mucho tiempo, fue suficiente tiempo para comprender que estaba viviendo en el legado de su fe. Uno la escuchaba tararear himnos mientras se desplazaba por la cocina en su silla de ruedas.
Por lo tanto, no me sorprendió que su único consejo en medio de mi mar de sufrimiento fuera perdonar al padre de mis hijos. «Es la única manera de ser libre», dijo, con los ojos pegados al crucigrama.
Mi abuela nunca volvió a mencionar el tema. No era necesario porque lo que dijo era intencional. El perdón era sencillo, así de sencillo.
Luché con la manera en que ella me llamó a la misma resolución. Para mí, el perdón no era nada sencillo.
En Lucas 17, Jesús enseñó a Sus discípulos acerca del perdón y dijo la verdad abiertamente: el dolor seguramente sucederá. En esta vida, siempre experimentaremos algo que necesita ser perdonado. Y seguir a Jesús requiere que pongamos nuestros pies en el camino del perdón una y otra vez.
Jesús dijo: “Aun si peca contra ti siete veces en un día, y siete veces regresa a decirte que se arrepiente, perdónalo” (Lucas 17:4).
Queda claro en este versículo (y en muchos otros en los que Dios habla del perdón) que perdonar no es opcional. Perdonar es obedecer lo que Dios nos ha pedido. Sin embargo, por mucho que lo intentemos, no podemos fabricar por nuestra cuenta el milagro de caminar en el perdón.
La reacción honesta de los discípulos cuando escucharon el llamado radical de Jesús al perdón fue que no podían hacerlo. Gritaron: “ — ¡Aumenta nuestra fe!” (Lucas 17:5, NVI). Jesús rápidamente les aseguró que todo lo que necesitaban era la medida más pequeña de fe imaginable, “fe tan pequeña como una semilla de mostaza”, para que el milagro del perdón ocurriera en sus corazones (Lucas 17:6, NVI).
Dios nos da una orden dura combinada con una gracia tremenda. El tipo de gracia que nos da la valentía no solo de escuchar lo que Jesús dijo, sino de creer que lo dijo intencionalmente y responder en consecuencia.
Señor, mantén nuestros corazones blandos, incluso en nuestro sufrimiento. Danos fe del tamaño de una semilla de mostaza para que podamos perdonar a los demás, así como Tú nos has perdonado. En el Nombre de Jesús, Amén.
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PROFUNDICEMOS
Lucas 17:6, —Si ustedes tuvieran una fe tan pequeña como una semilla de mostaza —respondió el Señor—, podrían decirle a este árbol sicómoro: “Arráncate de aquí y plántate en el mar” y les obedecería. (NVI)
¿Puedes pensar en una persona a la que necesites perdonar? Escribe tu oración sobre esa situación hoy y pídele a Dios que te ayude a extender perdón verdadero.
Nos encantaría saber de ti; comparte con nosotras tu parecer en la sección de comentarios.
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