«Abba, Padre —clamó—, todo es posible para ti. Te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía». Marcos 14:36 (NTV)
¿Alguna vez has sentido que el dolor y la tristeza te persiguen? ¿Como si no pudieras escapar de tanto dolor?
Mi querida amiga, sé lo difícil que pueden ser esas temporadas. Es por eso que quiero que leamos en las Escrituras sobre alguien que entiende este tipo de dolor: el rey David.
David no solo pasó una gran cantidad de tiempo huyendo por su vida del rey Saúl antes de convertirse en rey, sino que también terminó escapando de su propio hijo, Absalón.
Mientras Saúl atentaba abiertamente contra la vida de David, pero vemos a Absalón intentar a escondidas, arrebatar el reino de las manos de su padre. Con promesas ingeniosas y besos conspiradores, Absalón roba fácilmente “los corazones del pueblo de Israel” (2 Samuel 15:6b, NVI). Y al poco tiempo, David recibe la noticia de que su reino se está desmoronando frente a él. (2 Samuel 15:13)
A la luz de estos eventos, David ve que su situación está desesperadamente en peligro. Necesita escapar. La ruta que lo vemos tomar para escapar de la ciudad, llorando mientras huye, es a través del Valle de Cedrón, por el Jardín de Getsemaní, sobre el Monte de los Olivos y hacia el desierto de Judea. Esta es la ruta conocida de escape para quienes necesitaban huir rápido del peligro en Jerusalén.
Dentro de esta historia, recordamos una historia mayor — el pueblo de Dios contínuamente se descarría en su amor y afecto hacia su Rey. Permiten que sus corazones sean cautivados por otros. Son propensos a desviarse. Esto fue cierto para el rey David y llegaría a ser cierto para otro Rey que vendría del linaje de David varias generaciones más tarde: el Rey Jesús.
Años después, Jesús se sentaría en el Jardín de Getsemaní, la misma entrada de esta ruta de escape ya conocida, enfrentando un peligro extremo. Leemos sobre lo que Jesús vivió en estos momentos difíciles en Marcos 14:34-36 (NTV), cuando Él se lamenta: «Mi alma está destrozada de tanta tristeza, hasta el punto de la muerte. Quédense aquí y velen conmigo». Se adelantó un poco más y cayó en tierra. Pidió en oración que, si fuera posible, pasara de él la horrible hora que le esperaba. «Abba, Padre —clamó—, todo es posible para ti. Te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía».
Su pueblo se estaba volviendo contra Él. Jesús no estaba cumpliendo sus expectativas como rey. Lo querían muerto.
Mientras me senté en el Jardín de Getsemaní durante una visita reciente a la Tierra Santa, mi corazón se conmovió con la realidad de lo que Jesús estaba enfrentando en ese mismo lugar. Sabía que podía escapar. Sabía que podía huir como lo había hecho David. Conocía el camino a seguir para salvarse a Sí mismo.
Sin embargo, Jesús permaneció allí para poder salvarnos.
Aunque mi corazón se aleje de Él, el corazón de Jesús se ve obligado a quedarse por mí.
Jesús termina Su oración a Dios con once palabras que estremecen la tierra, hacen temblar a los demonios y destruyen el infierno: «Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía». (Marcos 14:36b). En otras palabras, Él se sometió por completo al plan de Dios porque sabía que al final era lo mejor.
Jesús fue el único Rey que cumplió perfectamente la voluntad de Dios.
Mientras leemos la historia del rey David, siempre debemos recordar que él simplemente señala al mejor David: Jesús, quien es el Rey de reyes. El contraste entre la experiencia de David y la de Jesús es importante:
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Tanto David como Jesús lloran en el Monte de los Olivos. David llora por la traición y la posible pérdida que enfrenta — todas las cosas que lo afectan personalmente. Jesús llora por la ciudad y el pueblo de Jerusalén.
- Cuando David escapa sobre el Monte de los Olivos, se enfrenta a la posible pérdida de su reino. Mientras Jesús ora en el huerto de Getsemaní, en la base del Monte de los Olivos, comienza Su viaje a la cruz donde conquistará el pecado y la muerte y establecerá el Reino de los cielos.
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El reino de David llegaría a ser dividido por la guerra y destruído. El Reino de los cielos reinará para siempre.
¿Qué significa esto hoy para nosotras?
Me imagino que todas podemos relacionarnos con el llanto de David. Nuestras vidas están plagadas de evidencia de que vivimos en un mundo roto — pérdida, dolor, muerte, traición, desamor y rupturas de relaciones. Pero, ¿podríamos recordar también el llanto de Jesús? A Él le duele cuando nos duele a nosotras. Y esa es la razón exacta por la que hizo un camino para que nosotras un día entremos a Su Reino eterno donde no habrá más tristeza ni más llanto. ¡Alabado sea Dios!
Señor, no puedo agradecerte lo suficiente por el hecho de que permaneciste y sufriste el dolor de la cruz por mí. Que la verdad de Tu sacrificio conmueva mi corazón, a veces errante, para permanecer fiel, esperanzada y dedicada a Ti. En el Nombre de Jesús, Amén.
VERDAD PARA HOY
Apocalipsis 21:4, Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más. (NTV)
RECURSOS ADICIONALES
Para más aliento sobre cómo Dios nos sostiene y usa nuestro dolor para nuestro bien, lee el devocional de Lysa TerKeurst titulado, Sobreviviendo las temporadas de sufrimiento.
REFLEXIONA Y RESPONDE
¿Cómo te ayuda a superar las dificultades de hoy el hecho de saber que, con Cristo, estamos destinadas a una eternidad libre de tristeza? Únete a la conversación aquí.
© 2020 por Lysa TerKeurst. Derechos reservados.
Estamos agradecidas a nuestras voluntarias por su trabajo realizado en la traducción de este devocional al español. Conócelas aquí.