Miren cuán grande amor nos ha dado el Padre para que seamos llamados hijos de Dios. Amados, ahora somos hijos de Dios. 1 Juan 3:1a, 2a (RVA-2015)
Rechazada. Desagradable. Indeseable.
Estas palabras vinieron a mi mente. Mi teléfono estaba en silencio a mi lado. No había escuchado de una amiga en semanas y anhelaba un mensaje de ella. Ella había cancelado nuestras citas semanales para tomar café, y cuando la contacté, sus respuestas fueron de una sola palabra. Echaba de menos su ánimo, su risa y los momentos que vivíamos juntas.
Reflexionando sobre las últimas semanas en mi mente, no tenía ni idea de lo que había pasado. Ella estaba bajo mucho estrés mientras se preparaba para que su hijo se fuera a la universidad, se ocupaba de sus padres que ya eran mayores de edad y se ocupaba de los pequeños que aún estaban en casa. Tal vez sólo necesitaba espacio.
A medida que las semanas se convirtieron en meses, las excusas que yo había dado por ella se desvanecieron, y concluí que tenía que ser yo. Mi amiga se distanció, y para mí, eso significaba que no debía importarle. Me sentí rechazada, desanimada y sola.
Una mañana abrí mi Biblia y leí el versículo clave de hoy: Miren cuán grande amor nos ha dado el Padre para que seamos llamados hijos de Dios. Amados, ahora somos hijos de Dios (1 Juan 3:1a, 2a).
Soy amada, valorada, aceptada, querida y le pertenezco a Dios.
Independientemente de lo que digan o hagan los demás, nuestra identidad está segura en quien Dios dice que somos. Él dice que somos amadas. Dice que somos preciadas por lo que somos ante Sus ojos, no por algo que hayamos hecho o dejado de hacer. Somos preciosas ante Sus ojos, únicas en nuestra clase, creadas para un propósito único.
Nuestra identidad está formada por lo que creemos sobre nosotras mismas. Me sentía rechazada e inútil por la conversación que estaba reproduciéndose en mi cabeza. Basé mi identidad en lo que asumí que mi amiga sentía por mí. Esencialmente, creía en esta fórmula: debido a que “X” sucedió, asumí que “Y” debía ser cierto.
Al cambiar quién define mi valor, reescribo la forma en que veo la situación.
En lugar de decir: «Mi amiga se alejó, así que no debo agradarle», puedo decir: «Mi amiga se ha distanciado de mí. Aunque no sepa la razón, sé que soy una hija amada de Dios». Cuando mi identidad no está ligada a lo que mi amiga piensa de mí, me siento segura en Cristo y puedo orar por ella o acercarme a ella para alentarla.
Fue incómodo, pero con mi identidad en Cristo, recientemente contacté a mi amiga. Resulta que su distanciamiento fue una combinación de un malentendido y una temporada muy ocupada de su vida. Es un recordatorio para mí de que hay sabiduría en asumir lo mejor de los demás, darse cuenta de que no siempre se trata de mí y extender gracia tanto como sea posible.
Amado Padre Celestial, gracias por Tu amor incondicional por mi. Te pido que me ayudes a recordar que mi identidad está en Ti y no en otras personas o circunstancias. Te agradezco porque sin importar lo que esté sucediendo a mi alrededor, puedo descansar en Tus brazos amorosos. En el Nombre de Jesús, Amén.
VERDAD PARA HOY
1 Pedro 2:9, Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. (NVI)
Lucas 15:8-10, O supongamos que una mujer tiene diez monedas de plata y pierde una. ¿No encenderá una lámpara y barrerá toda la casa y buscará con cuidado hasta que la encuentre? Y, cuando la encuentre, llamará a sus amigos y vecinos y les dirá: “¡Alégrense conmigo porque encontré mi moneda perdida!”. De la misma manera, hay alegría en presencia de los ángeles de Dios cuando un solo pecador se arrepiente. (NTV)
Efesios 1:5, Dios decidió de antemano adoptarnos como miembros de su familia al acercarnos a sí mismo por medio de Jesucristo. Eso es precisamente lo que él quería hacer, y le dio gran gusto hacerlo. (NTV)
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REFLEXIONA Y RESPONDE
¿Qué conversación estás teniendo hoy contigo misma? Pon tus pensamientos a la luz de la Palabra de Dios y evalúalos en base a quien Dios dice que eres. Tu valor no viene de quién eres, sino de a Quién le perteneces. ¿Qué es lo más verdadero de ti?
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