Aunque Jesús amaba a Marta, a María y a Lázaro, se quedó donde estaba dos días más. Juan 11:5-6 (NTV)
Algunas temporadas de nuestras historias son tan desafiantes que influyen en las personas en que nos convertimos, dejando un claro antes y después en su polvo.
Mantenemos cerca estos momentos, protegiendo sus cicatrices, ya que anidan en lo profundo de nuestras personalidades, afectando la forma en que nos vemos a nosotras mismas y a los demás.
Quizás alguien quien suponía amarte, no lo hizo, dejando un agujero que tu corazón lucha por reparar de un rechazo que no puede entender. Tal vez un diagnóstico o una tragedia interrumpió tus planes y anhelas otra oportunidad para hacer planes nuevos. Tal vez estés afligida por una traición que también traicionó tus sueños de ser feliz para siempre.
Cualesquiera que sean las heridas de nuestras vidas, nuestras mentes serpenteantes no son tímidas para perseguir ilusiones, preguntándose quiénes hubiéramos sido si ciertos capítulos no hubieran existido en nuestras historias. Con qué facilidad nos preguntamos si nuestras inseguridades y luchas podrían ser cambiadas por confianza y calma si el sufrimiento no se hubiera registrado en nuestros ayeres.
A lo largo de los años, mientras me preguntaba quién habría sido sin las decepciones de mi vida, Dios me ha mostrado amorosamente que cada respuesta humana que asumo descarta Su impresión divina en las páginas de mi historia.
Una y otra vez, las Escrituras revelan el deleite del Señor al usar personas quebrantadas, dando forma a lo que habría sido, transformándolo en algo lleno de propósito y abundancia.
Mientras Jesús caminaba por esta tierra, Él y Sus compañeros tampoco fueron inmunes a la desilusión y el dolor. Juan comparte uno de esos relatos cuando Jesús recibió un mensaje de Sus amigas cercanas, Marta y María, informándole que su hermano Lázaro estaba enfermo. Jesús se encontraba a tan solo un día de viaje de Betania, donde vivía Lázaro, pero Su reacción parecía confusa: “Aunque Jesús amaba a Marta, a María y a Lázaro, se quedó donde estaba dos días más” (Juan 11:5-6).
Finalmente, cuatro días después de la muerte de Lázaro, Jesús llegó a Betania a escuchar las mismas palabras desgarradoras tanto de Marta como de María: “—Señor, si tan solo hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto” (Juan 11:21, 32, NTV).
Amiga, ¿cuántas veces también hemos pronunciado nuestras propias versiones de estas palabras, preguntándonos qué hubiera sido si el Señor no hubiera permitido que nuestras heridas permanecieran?
Pero, no perdamos de vista el consuelo de este pasaje, ya que Jesús comparte Su razón de esperar, “...sucedió para la gloria de Dios, a fin de que el Hijo de Dios reciba gloria como resultado»” (Juan 11:4b, NTV).
Juan continúa pintando la escena en la que Jesús resucitó milagrosamente a Lázaro de entre los muertos, lo que resultó en que muchas personas creyeran en Él como el verdadero Hijo de Dios. (Juan 11:34-44)
Hermana, nada está más allá de Su alcance redentor. Nuestras penas no son demasiado grandes para que Dios encuentre Su gloria en ellas.
El quebrantamiento que nos hace preguntar quiénes hubiéramos sido encuentra la manera de ser una gracia, aunque sea irónicamente.
Si te das cuenta, justo antes de que Jesús llamara a Lázaro para que saliera de la tumba, oró en voz alta a Dios, Su Padre: “Tú siempre me oyes, pero lo dije en voz alta por el bien de toda esta gente que está aquí, para que crean que tú me enviaste»” (Juan 11:42, NTV). Jesús no se atrasó en sanar a Lázaro; más bien, Su agenda permitió el despertar de más de un corazón ese día.
Puede que no lo sintamos en medio del sufrimiento, pero las experiencias escritas en las páginas de nuestras vidas no son al azar. Cada capítulo influye en el siguiente, dando forma a nuestras pasiones y compasiones, nuestro entendimiento y sabiduría de maneras que tampoco lo hubieran sido si no hubiéramos conocido el dolor.
Cuando miramos más allá de lo que habríamos, podríamos, deberíamos haber sido, rindiendo nuestras cicatrices al Salvador, nuestras historias imperfectas testifican del poder de Dios para resucitar cosas aparentemente muertas para Su gloria.
Querido Jesús, que cada herida que alberga mi alma se convierta en otra historia para Tu gloria. Te lo ofrezco todo humildemente, Señor. En el Nombre de Jesús, Amén.
Verdad para hoy
Romanos 8:18, De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros. (NVI)
Jeremías 29:11, Pues yo sé los planes que tengo para ustedes —dice el SEÑOR—. Son planes para lo bueno y no para lo malo, para darles un futuro y una esperanza. (NTV)
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© 2021 por Brenda Bradford Ottinger. Todos los derechos reservados.
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