Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo. Efesios 4:32 (NVI)
Las lágrimas de la pérdida tienen tanto potencial para unirnos.
Yo presencié esto hace unos años cuando participé en algunas conversaciones de paz en Israel con mujeres de quienes se había dicho que la paz entre ellas no era posible.
Estaban divididas en sus creencias religiosas, sus narrativas nacionales y su política.
Pero todas estas mujeres conocían la pérdida y el dolor profundo. Habían sido heridas de las formas más dolorosas. Sus seres queridos habían sido asesinados, algunos luchando por sus creencias y otros atrapados en el fuego cruzado.
Me quedé mirando los ojos oscuros llenos de tristeza a mi lado. Aparentemente, nuestros mundos no se parecían en nada. Ella llevaba una burka. Yo llevaba jeans. No hablabamos con el mismo acento. Nuestros lugares de adoración eran distintos. No comíamos el mismo tipo de comida ni conversábamos los mismos temas entre nuestras amigas.
Ella agarraba una fotografía doblada en la mano. Tanta tristeza me devolvió la mirada. «Ella era mi única hija. Era hermosa. Le dispararon dos veces». Tomé su mano en la mía. Desdobló la imagen y me sorprendió ver cuán pequeña había sido su hija.
La mujer que estaba al otro lado de mí tenía una narrativa totalmente diferente sobre los problemas del mismo país. Llevaba una peluca y una falda que le llegaba casi hasta los tobillos. No hablabamos con el mismo acento. Nuestros lugares de adoración eran distintos. No comíamos el mismo tipo de comida ni conversábamos los mismos temas entre nuestras amigas.
Tenía un pequeño marco en la mano. Tanta tristeza me devolvió la mirada. Había perdido a su marido. Tomé su mano en la mía.
Las diferencias en toda esa habitación eran suficientes como para crear líneas divisorias. Líneas divisorias que se extendían de generación en generación.
Pero ahí estábamos tomadas de la mano. Un círculo de mujeres divididas, tan unidas por nuestras lágrimas. Todas habíamos experimentado una pérdida profunda y devastadora.
Y al tener la pérdida como algo en común, encontramos una paz que otros dijeron que sería imposible. No estábamos allí para resolver los problemas de la política. No estábamos allí para debatir quién tenía razón. Estábamos allí solo para hablar como humanos. Como compañeras, portadoras de dolor.
Nos tomamos el tiempo para escuchar. Fuimos lentas para hablar. Y después de que todas tuvieron tiempo para compartir, pasamos el resto de la tarde haciendo mermeladas de frutas juntas.
Supongo que un analista político podría decir que ese día no logramos mucho, según los estándares del mundo. Pero estarían equivocados. Lo que vi en esa charla de paz fue muy hermoso.
Pero hay otro lado del dolor que es brutal.
Es cuando no permitimos que el dolor nos haga más compasivas con los demás, sino aun más convencidas que nunca de que los demás quieren hacernos daño. No nos comunicamos con comprensión. En cambio, atacamos, multiplicando en la vida de otras personas el daño que se nos ha hecho.
Muéstrame un comentario sarcástico o hiriente en las redes sociales y te prometo que la persona que lo escribió está sufriendo una pérdida. Y lo que nunca les ayudará a cambiar sería que les ataquemos de vuelta. La compasión por su pérdida y la gracia por su dolor no valida lo que dicen. Simplemente honra la realidad de que ellas son más que su comentario hiriente. Es elegir vivir nuestro versículo clave: “sean bondadosos y compasivos unos con otros, perdonándose unos a otros, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo” (Efesios 4:32).
Al final de ese día, votamos por unanimidad para dar a las mujeres en burkas el dinero de la venta de la mermelada que habíamos hecho. Todas podrían haber expuesto su caso para ser las acreedoras. Pero a medida que nos conocimos a través de las lágrimas en común, votamos simplemente por quién necesitaba más el dinero. Nadie dijo la palabra perdón. No tuvieron que hacerlo. Estaba presente. Y todas lo sabían.
Fue más que una victoria del momento; fue un voto por lo que la compasión y el perdón pueden lograr dentro de la raza humana. Esto no estaba declarando que nadie tenía razón. Simplemente estaba extendiendo la compasión donde hacía falta la compasión. Fue el sermón más hermoso sobre lo que es posible con Dios que jamás haya experimentado.
Si fue posible para ellas, creo que es posible para ti y para mí.
Pero comienza con nosotras al vivir el mensaje de la vida de Jesús: el perdón. Fue la declaración de Su muerte cuando pronunció: “… «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»” (Lucas 23:34a, NTV). Y más aún, es el anuncio de toda alma salvada: “Soy perdonada. Por tanto, debo perdonar”.
Padre Dios, a veces olvido que todos tenemos manchas de lágrimas en las almohadas. Sigue recordándome que todas las personas con las que me encuentro necesitan compasión. Y yo podría ser la única persona en su vida en este momento que tiene la oportunidad de ayudar y el coraje de preocuparse. En el Nombre de Jesús, Amén.
Verdad para hoy
Santiago 1:19, Mis queridos hermanos, tengan presente esto: Todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar y para enojarse. (NVI)
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Reflexiona y responde
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© 2021 por Lysa TerKeurst. Todos los derechos reservados.
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