Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Efesios 4:29 (RVR1960)
Honestamente puedo decirte que nunca tuve la intención de decir las palabras en voz alta. Es como si salieran de mi boca por su propia voluntad, el resultado de la creciente frustración y la exasperación con nuestra hija preadolescente.
Acabábamos de terminar una conversación particularmente difícil y, mientras me retiraba, me encogí de hombros y dije a nadie en particular: «¡Ah, me rindo!»
Me. Rindo.
Dos palabras sorprendentemente significativas, especialmente cuando se dicen dentro del alcance del oído de tu propia hija. Algo de lo que estoy muy consciente ahora, basado en lo que ella me dijo más tarde.
Después de varias horas, esta misma hija, esta chica fuerte, decidida, a menudo implacable, vino a buscarme antes de acostarse. Cuando me vio, estaba tan conmovida que apenas podía decir las palabras.
«Ay, mamá. ¿Por qué te rendiste? Puedo soportar que cualquiera, cualquier otra persona, se rindiera conmigo. Pero no tú.»
Claramente, había herido a mi hija con mis palabras. Estuve mortificada. ¿Cómo pude haber sido tan descuidada e hiriente? Me arrepentí inmediatamente, le pedí perdón y le aseguré repetidamente que nunca me rendiría con ella.
También hice un voto silencioso a mí misma de que nunca más pronunciaría esa frase a mis hijos o acerca de ellos. Pero aún más importante que lo que no diría, decidí ser más intencional sobre las cosas que sí diría.
En Efesios 4:29, la Biblia se dirige a ambos lados de esta conversación. En primer lugar, “Ninguna palabra corrompida [literalmente ‘podrida’ o ‘sin valor’] salga de vuestra boca” y, en segundo lugar, “sino la que sea buena para la necesaria edificación [o ‘constructivo’], a fin de dar gracia a los oyentes”.
En pocas palabras: Nuestras palabras son poderosas.
Como padres, tenemos una tremenda influencia y oportunidad de usar nuestras palabras para edificar o derribar. Para alentar o desanimar. La elección es nuestra.
Por ejemplo, considera el impacto en mi hija si hubiera dicho algo como esto en su lugar:
Eres una persona fuerte, y creo que Dios va a usar esa fuerza en gran manera algún día.
O, puede que no siempre veamos las cosas de la misma manera, pero siempre estaré a tu lado.
O, no lo sé todo, pero esto es lo que sí sé: tienes algo hermoso que ofrecer que este mundo necesita.
Imagínate si tuviera algunas de esas palabras girando en su cabeza mientras se dormía. O si algunas de estas declaraciones se abrían camino en sus oraciones por la noche. ¡Imagínate!
Tal vez tienes un(a) hijo(a) que podría utilizar un poco de aliento también. ¿Qué crees que él o ella podría estar deseando saber de ti? Porque no importa la edad que pueda tener, niño pequeño, preadolescente, adolescente o adulto, necesita desesperadamente palabras de amor y fortaleza pronunciadas sobre él o ella.
Todas necesitamos esas palabras.
Por lo tanto, si deseas hacer una diferencia en la vida de tu hijo(a), comienza por fortalecer su corazón y su mente, una palabra firme y hermosa a la vez.
Querido Padre celestial, me doy cuenta del poder que hay detrás de lo que elijo decir, o no a mi hijo(a). Por favor ayúdame a usar mis palabras sabiamente y con amor, para fortalecer, animar y bendecir. Quiero fortalecer su corazón con las cosas que digo. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Profundicemos
Proverbios 12:18, Hay quien habla sin tino como golpes de espada, Pero la lengua de los sabios sana. (NBLA)
Podrías pasar unos momentos considerando qué y cómo te comunicas con tu hijo(a). ¿Es principalmente amable y afirmativo? Tómate un tiempo para escribir las palabras o frases específicas que deseas recalcar en el corazón de tu hijo, a partir de hoy.
© 2021 por Lisa Jacobson. Todos los derechos reservados.
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