Devocionales

Salvada por el sufrimiento

Lysa TerKeurst 29 de julio de 2021
El SEÑOR está cerca de quienes lo invocan, de quienes lo invocan en verdad. Salmo 145:18 (NVI)

Me desperté en lo que pensé que sería un lunes normal hace unos veranos atrás, pero nada era normal.

Sentí como si unos cuchillos se abrieran camino sin piedad a través de mis entrañas. Oleadas de náuseas me dejaron convulsionando y desesperada por un alivio. Traté de salir de la cama, pero colapsé y grité.

Mi familia me llevó rápidamente a la sala de emergencias, donde todos esperábamos que pudiera encontrar algo de alivio y ayuda. Pero cuando el pánico dio paso a la desesperación, clamé a Dios para que me ayudara: «¡Quita el dolor! ¡Por favor, Dios mío, quita este dolor!»

Pero no lo hizo. No en ese momento. No en el siguiente. Ni siquiera al día siguiente.

Su silencio me dejó atónita.

Mi confianza en Él en esos momentos comenzó a sentirse tambaleante. Seguí imaginándolo parado junto a mi cama, viendo mi angustia, viendo mi cuerpo retorcerse de dolor, escuchando mis llantos, pero tomando la decisión de no hacer nada. Y no pude reconciliar eso.

¿Cómo pudo Dios hacer eso? ¿Cómo podría decir que soy su hija a quien ama profundamente, pero a la vez dejarme allí acostada con el dolor insoportable?

Estos son los pensamientos y las preguntas que dieron vueltas en mi cabeza durante un momento de tanto dolor y angustia. Creo que todas nos hemos hecho preguntas como estas.
 
¿Dios, dónde estás?
¿Me ves?
¿Te importa?

Después de cinco de los días más largos e insoportables de mi vida, llegó un nuevo médico a mi habitación del hospital. Hizo una última prueba. Y finalmente, tuvimos algunas respuestas.

El lado derecho de mi colon se había desprendido de la pared abdominal y se había torcido alrededor del lado izquierdo. El flujo sanguíneo se cortó por completo. Mi colon se había distendido de los 4 centímetros de diámetro normales a más de 14 centímetros.

Había estado en peligro de romperse cuando tenía alrededor de 10 centímetros, momento en el que habría sentido alivio del intenso dolor. Y es en ese momento exacto cuando muchos otros que sufren esta situación médica sienten ese alivio y se duermen. Sus cuerpos se vuelven sépticos y mueren.

El cirujano me explicó que tenía que llevarme rápidamente a una cirugía de emergencia y que me extirparía la mayor parte del colon. Él esperaba salvar lo suficiente para que mi cuerpo pudiera eventualmente volver a funcionar correctamente, pero no estaba seguro.

Ni siquiera estaba seguro de que sobreviviría a la cirugía.

Y con esa noticia desalentadora, abracé a mi familia, oré con mi pastor y me llevaron a la unidad quirúrgica. Afortunadamente, la cirugía salió bien y semanas después, mientras me recuperaba en casa, el cirujano me llamó. Había recibido el informe sobre la masa que me quitaron y no necesitaba más tratamiento. Sin embargo, hubo una parte alarmante del informe que no pudo conciliar.

Dijo: «Lysa, realmente no me gusta cómo la gente usa livianamente el término "milagro". Pero, honestamente, es la única palabra que puedo usar en su caso. Las células de su colon ya estaban en estado de autolisis. Eso ocurre cuando el cerebro le ha indicado al cuerpo que comience el proceso de descomposición. Es lo que sucede cuando uno muere. Lysa, no hay mayor cercanía a la muerte que eso. Cómo sobrevivió Usted, no puedo explicarlo».

Colgué el teléfono anonadada.

Y de repente pensé en esos días antes de la cirugía cuando le rogaba a Dios que me quitara el dolor. Había cuestionado a Dios a causa del dolor. Me había preguntado cómo Dios podía permitirme sentir tanto dolor. Y había llorado porque pensé que a Dios de alguna manera no le importaba mi dolor.

Pero al final, Dios usó el dolor para salvar mi vida. El dolor fue lo que me mantuvo en el hospital. El dolor fue lo que me mantuvo exigiendo que los médicos hicieran más pruebas. El dolor me llevó a aceptar que un cirujano me abriera el abdomen de par en par. El dolor fue lo que ayudó a salvarme. Si Dios me hubiera quitado el dolor, me habría ido a casa, se me habría roto el colon y mi cuerpo se habría vuelto séptico, y habría muerto.

Ahora tengo una imagen completamente diferente de Dios, de pie junto a mi cama de hospital mientras yo sufría y le suplicaba que me ayudara. No me estaba ignorando. No. Creo que empleó toda la santa moderación dentro de Él para no intervenir y eliminar mi dolor. Él me amaba demasiado para hacer exactamente lo que yo le rogaba que hiciera.

Él sabía cosas que yo no sabía. Vio un pantallazo más grande que yo no podía ver. Su misericordia fue demasiado grande. Su amor era demasiado profundo. De hecho, es un buen, buen Padre.

Él no estaba lejos como lo había imaginado mientras yo yacía retorciéndome de dolor. Estaba cerca. Muy cerca. Tal como nos dice el Salmo 145:18, “El SEÑOR está cerca de quienes lo invocan, de quienes lo invocan en verdad”.

Me estaba amando a través del dolor. Era un dolor necesario, un dolor que me salvó la vida, que ahora puedo ver con ojos nuevos. Me ha dado una perspectiva completamente nueva sobre los momentos en que Dios parece estar callado.

Su silencio fue parte del rescate.

Padre, conoces la angustia y el dolor que enfrentamos. Ayúdanos a confiar y creer que no estás lejos sino muy cerca, abrazándonos, consolándonos. Sabemos que eres bueno. Y confiamos en ti. En el Nombre de Jesús, Amén.

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© 2021 por Lysa TerKeurst. Todos los derechos reservados.

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