Mis amados hermanos, quiero que entiendan lo siguiente: todos ustedes deben ser rápidos para escuchar, lentos para hablar y lentos para enojarse. Santiago 1:19 (NTV)
Al final de cada verano cuando mis hijos eran pequeños, siempre podía contar con algo. El día antes de que empezara la escuela, la ansiedad proliferaba. Al atardecer, las emociones inquietas de mis hijos se elevaban mientras salían a la superficie preguntas sin respuesta.
¿Mis amigos del año pasado estarán en mi salón este año?
¿Le voy a caer bien a mi maestra?
¿Habrá alguien que se siente conmigo en la cafetería?
Yo trataba de responder cada pregunta para calmar sus corazones. Mirando hacia atrás, desearía haber sido simplemente una oyente empática, permitiéndoles sacar todas sus preguntas nerviosas sin que tuviera yo la necesidad de compartir todas las soluciones.
A veces en la vida, lo que necesitamos más que cualquier otra cosa es a alguien que simplemente nos escuche. Un oído que reciba todos los murmullos de un corazón aprehensivo y que no sienta la necesidad de decir algo. Una persona que no tenga prisa en querer arreglar las cosas.
Siempre he sido más parlanchina que oyente. De hecho, una maestra muy bien intencionada una vez me hizo memorizar Santiago 1:19, que dice: “Mis amados hermanos, quiero que entiendan lo siguiente: todos ustedes deben ser rápidos para escuchar, lentos para hablar y lentos para enojarse”. Hasta hace poco, había visto este versículo como una voz de mi niñez diciéndome: «Lynn, tú hablas mucho». Sin embargo, recientemente empecé a verlo como una instrucción para mi rol actual como hija, madre, esposa, amiga o colega; un reto para no sólo hablar menos sino para escuchar de verdad a aquellos a mi alrededor.
Santiago nos da la sabiduría y nos reta a ser las oyentes empáticas que las demás personas necesitan desesperadamente. Él nos llama a cada una de nosotras, sin importar el rol que tengamos en este momento, a detenernos y escuchar.
No a prepararme mentalmente para compartir una historia de mi vida.
No a repasar los versículos que puedo recordar para que pueda poner un parche sobre la tristeza de alguien más.
No a recordarles que miren el lado positivo de las cosas para que yo pueda descartar sus sentimientos que me hacen sentir incómoda.
No a seguir adelante para que yo pueda hacer lo que está en mi lista de pendientes. (¡Sí, yo he cometido todos estos errores antes!)
En su lugar, Santiago, mientras nos recuerda que somos amadas, nos llama a movernos rápidamente a una posición para escuchar y lentamente, incluso con precaución, a una posición para hablar.
Las palabras escritas por Santiago me desafían en gran manera. Yo soy el tipo de chica que hace las cosas y quiere arreglarlo todo para poder pasar a arreglar otras cosas más. Santiago me hace recordar: hacer las cosas no es la meta. Amar bien a las personas es la meta. Escuchar es amar bien a los demás.
Con el poder de Jesús en nosotras y las palabras de Santiago por delante, tú y yo podemos amar a los demás mientras los escuchamos bien.
Jesús, mi inclinación natural es ser rápida para hablar y lenta para escuchar. Quiero amar a las personas bien, justo como Tú lo hiciste. Capacítame para ir más despacio y empezar a escuchar de verdad a quienes me rodean. En el Nombre de Jesús, Amén.
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PROFUNDICEMOS
Filipenses 2:4, Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás. (NVI)
El libro de Proverbios provee mucha sabiduría para aquellas de nosotras que batallan con escuchar bien. Toma unos momentos para leer estas palabras del Rey Salomón (Proverbios 1:5, Proverbios 18:13 y Proverbios 18:2) y luego escribe tu propio proverbio personalizado para que tú lo sigas.
De las personas que tú conoces, ¿a quién le consideras un oyente empático? ¿Qué cualidades específicas exhibe? Déjanos saber en los comentarios.
© 2021 por Lynn Cowell. Todos los derechos reservados.
Estamos agradecidas a nuestras voluntarias por su trabajo realizado en la traducción de este devocional al español. Conócelas aquí.