Sé que el SEÑOR siempre está conmigo. No seré sacudido, porque él está aquí a mi lado. Salmo 16:8 (NTV)

Este verano fue como un torbellino. Tuvimos la graduación de mi sobrina mayor, el entierro de un primo hermano mío, varios viajes de negocios y mucha tarea escolar. A la vez, hacía los malabares interminables necesarios para comprar una casa y mudarnos.

Hubo momentos en que estaba agotada. Mi corazón se aceleraba mientras estaba sentada. El estrés hizo que los músculos de mi pecho se tensaran, provocando dolores agudos, punzantes, que habían llegado a ser demasiado familiares.

Tarde, una noche en la soledad de mi sótano, lloré tan fuertemente que cubrí mi rostro con las manos para acallar mis gritos. ¡Señor, estoy cansada! Necesitaba soltar todas las cosas que agobiaban mi mente y mi cuerpo mientras pensaba en los días venideros. Necesitaba sentir que Dios estaba a mi lado.

Al día siguiente, mientras hacía quehaceres, tocó una canción de alabanza que trajo a mi mente todas las maneras en que Dios había provisto para mí y ha estado cerca de mí.

Mis pensamientos me llevaron a mi niñez, particularmente, a un domingo en la mañana cuando tenía ocho años. Una amiga me invitó a ir a la iglesia. Me encantaba estar ahí, así que asistía cada domingo, aunque iba sola.

Esa mañana específicamente, acababa de aprender sobre Jesús y le pedí a Dios en oración que viviera en mi corazón. Mi mente joven no entendía completamente sobre cómo el Dios del universo podría vivir dentro de mí, pero creía que era cierto. Queriendo entregar mi vida a Él, oré. Entre risas, reflexioné sobre lo que había hecho el siguiente domingo. Volví al altar para niños al final de la lección y oré otra vez.

Querido Dios, por si acaso no me escuchaste la semana pasada, quiero que Jesús viva en mi corazón, ¿vale? Amén.

Conduciendo por la carretera, irrumpí en llanto una vez más. Sin embargo, estas lágrimas eran de consuelo y gozo. Este pensamiento me recordó que la fe que yo tenía era mía y que el mismo Jesús todavía tiene Su hogar en mi corazón. Dios estaba confirmando que Él me había apartado para Su propósito desde que era una niña y que Él había estado conmigo desde entonces. En ese momento, mi versículo de la semana para memorizar cobró vida:

Sé que el SEÑOR siempre está conmigo. No seré sacudido, porque él está aquí a mi lado. (Salmo 16:8)

De repente, parecían disiparse el estrés y el agobio. Mis ojos se iluminaron mientras limpiaba las lágrimas de mi cara. Todavía me quedaban varias semanas de quehaceres y transiciones por delante y aunque no fueron fáciles, no volví a desesperarme. Caminaba con el conocimiento de que Dios estaba allí a mi lado, y Su presencia me hacía inquebrantable.

Padre, Tú me has extendido mucha gracia. En cada etapa de mi vida Tú has estado allí a mi lado, sosteniéndome firmemente en Tus brazos, aun cuando no lo sabía. Permíteme experimentar Tu paz mientras atravieso momentos difíciles, recordando constantemente las muchas maneras que has estado conmigo. En el Nombre de Jesús, Amén.

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Filipenses 4:6-7, No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús. (NVI)

¿Cómo te ha mostrado Dios que está justo a tu lado en los días difíciles?

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