Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre una almohadilla; entonces lo despertaron y le dijeron: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Jesús se levantó, reprendió al viento y dijo al mar: «¡Cálmate, sosiégate!». Y el viento cesó, y sobrevino una gran calma. Marcos 4:38-39 (NBLA)
En un reciente viaje a la costa, mi familia y yo fuimos testigos de una enorme tempestad una tarde. Mientras el viento me azotaba la cara, observé cómo se elevaban las nubes bulbosas en el cielo nublado, del color de una berenjena. Los truenos y los relámpagos bailaban, deleitando nuestros ojos y oídos. El mar se agitaba y azotaba con tal ferocidad que parecía que nunca volvería a la serenidad.
Pero al día siguiente, nos despertamos con una brillante calma. La paz se apoderó de las aguas azules que volvían a golpear la orilla silenciosamente. Esta vista parecía imposible unas horas antes.
Aunque me encantan las tormentas eléctricas, me gustan mucho menos las tormentas metafóricas que llegan a nuestra vida y la ponen de cabeza:
El viento de las relaciones rotas que golpea el corazón.
El agua de las expectativas no cumplidas que inunda el alma.
Las olas de los sueños rotos que golpean la mente con pensamientos como que esto nunca pasará.
Cuando llegan estas tormentas, el hundimiento parece inevitable y se pierde la esperanza. Estoy segura de que has tenido tu propia dosis de tormentas en tu vida. Tal vez estés pasando por una tormenta ahora.
Aquella mañana, mientras observaba las aguas tranquilas, Dios me trajo a la mente una historia del Evangelio de Marcos, cuando Jesús y Sus discípulos zarparon por el Mar de Galilea. Una enorme tormenta los arrasó de la nada, dejando a los discípulos totalmente aterrorizados y convencidos de que se ahogarían. Sin embargo, Jesús descansaba tranquilamente:
Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre una almohadilla; entonces lo despertaron y le dijeron: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Jesús se levantó, reprendió al viento y dijo al mar: «¡Cálmate, sosiégate!». Y el viento cesó, y sobrevino una gran calma. (Marcos 4:38-39)
Me he repetido la pregunta de los discípulos en mis momentos más sinceros: «Maestro, ¿no te importa que perezca?» ¿Cómo se supone que voy a vivir en medio de este caos?
Porque cuando las aguas suben, el miedo fácilmente abruma el alma, ¿no es así? Nuestra respuesta humana, al igual que la de los discípulos, sustituye la confianza en Jesús por el pánico descarado y la duda.
Pero, querida amiga, ¡hay una mejor forma de esperar a que pase la tormenta! A diferencia de los discípulos, nosotras tenemos la ventaja del tiempo y la perspectiva. Conocemos el final de la historia. Sabemos que su Salvador dormido poseía el poder de la resurrección. Por lo tanto, no tenemos que sucumbir al miedo en medio de nuestras tormentas.
En cambio, podemos encontrar esperanza en las Escrituras y anclarnos en tres verdades esenciales:
1. La tormenta nunca está fuera del control de Dios. Jesús no durmió porque fuera indiferente a la situación de los discípulos. Por el contrario, mantenía una confianza tranquila que fluía de Su dominio divino sobre la creación. De hecho, Él ordena este poder sobre cada tormenta que enfrentamos. Todas las cosas están bajo Su protección soberana y Su cuidado vigilante, incluyendo tu tormenta.
2. La tormenta no durará para siempre. Puede parecer que la calma nunca volverá. Pero así como las tormentas físicas pasan eventualmente, así Jesús nos sacará de nuestras tormentas. Jesús habló paz sobre el viento y las olas, haciendo que se detuvieran. Hoy, Él habla esa misma paz en tu tormenta. Su paz es tu herencia, incluso en medio de las aguas turbulentas.
3. La tormenta puede profundizar nuestra fe. Nuestras tormentas infligen dolor, pero también agitan las creencias falsas, los ídolos y otros obstáculos a nuestra santificación. Una vez eliminados estos obstáculos, la fe puede florecer y la confianza puede profundizarse. Puede que nuestros ojos sólo vean restos, pero Dios ve Su labor incansable de redención a nuestro favor. En el Mar de Galilea, Jesús utilizó la tormenta para llamar a Sus discípulos a una vida de mayor confianza. Desde el ojo de la tormenta, Él nos llama a lo mismo.
Cuando nos sintamos golpeadas y Jesús parezca callado, aferrémonos a estas verdades y permitamos que la perseverancia complete su obra en nosotras. Que hoy podamos confiar con seguridad en que Dios está con nosotras en la tormenta y esperar pacientemente la calma que se avecina al otro lado.
Jesús, gracias por ser nuestra ancla en cada tormenta. Ayuda a nuestros corazones a aferrarse con fuerza a la verdad de quién eres. Que crezcamos en la fe mientras esperamos que la calma llegue de nuevo. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Salmo 40:1, Esperé pacientemente al SEÑOR, Y Él se inclinó a mí y oyó mi clamor. (NBLA)
¿Qué paso puedes dar hoy para confiar en Jesús mientras esperas a que pase la tormenta? Si tu corazón se siente golpeado hoy, dinos en los comentarios cómo podemos orar por ti.
© 2021 por Meredith Houston Carr. Todos los derechos reservados.
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