Pero yo soy como olivo verde en la casa de Dios; En la misericordia de Dios confío eternamente y para siempre. Salmo 52:8 (NBLA)
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Me desplacé sin rumbo por las redes sociales, con la esperanza de distraerme de mis propios problemas. Pero en realidad, hizo todo lo contrario.
Parecía que cada dos publicaciones alguien estaba celebrando un aniversario importante de matrimonio con caras sonrientes y parejas abrazándose. O estaban publicando sobre cómo Dios había restaurado su matrimonio de alguna manera, o compartían una epístola de cuán bendecidos eran por estar casados con una persona tan maravillosa.
No me malinterpreten, creo totalmente en el pacto sagrado del matrimonio. Me encanta ver parejas enamoradas y matrimonios saludables que duran en las buenas y en las malas a lo largo de los años. Estoy increíblemente feliz por todos aquellos que han perseverado en tiempos difíciles y a través de la oración y la fe, han vuelto a unir sus matrimonios y están viviendo su “felices para siempre”.
Pero, ¿qué pasa con aquellas de nosotras que no obtuvimos nuestros finales de cuento de hadas? ¿Aquellas cuyos matrimonios terminaron en divorcios desgarradores sin oraciones contestadas para reconciliación? ¿Aquellas de nosotras que nos quedamos sintiéndonos traicionadas, dejadas de lado, traumatizadas y quebrantadas a pesar de nuestros mejores esfuerzos?
Durante los primeros años de mi separación y divorcio, luché con estas preguntas y muchas más mientras me apoyaba en mi fe y trabajaba incansablemente para reconstruir mi vida y mi corazón destrozado. Pero un día, Dios finalmente me ayudó a darme cuenta de algo.
Solo porque mi matrimonio no funcionó, no significaba que tenía que sentirme destruida, vivir una vida quebrantada y asumir que nunca volvería a ser feliz. Aunque las relaciones terrenales pueden contribuir a nuestra felicidad, nunca deben ser lo que la determine.
Estaba leyendo los salmos y encontré el Salmo 52:8: “Pero yo soy como olivo verde en la casa de Dios; en la misericordia de Dios confío eternamente y para siempre”. En este pasaje, encontramos a David comparándose con un olivo. No pude evitar preguntarme por qué hizo esto cuando claramente se sentía quebrantado y desesperado, así que comencé a investigar un poco.
En el momento en que David escribió este salmo en particular, estaba exiliado de la casa de Dios; su vida había dado un vuelco. No es exagerado adivinar que la desolación llenó su espíritu. Sin embargo, vemos que su fe y su confianza vuelan alto a pesar de sus problemas, y en lugar de dejar que su situación lo quebrante, se comparó a sí mismo con un olivo fuerte.
Estos olivos son los árboles más longevos de la tierra y pueden prosperar durante cientos de años, viviendo en todo tipo de tierra, desde rocosa hasta fértil. Incluso si se corta un olivo, es tenaz y tiene la capacidad de desarrollar raíces masivas y regenerarse desde el suelo. Los olivos también son fructíferos y, debido a su estabilidad y perseverancia, continúan floreciendo incluso en condiciones difíciles.
David creía que, a pesar de sus circunstancias, era muy parecido a un olivo. Podía confiar en la fidelidad de Dios para darle la fuerza, el valor y la confianza para perseverar. Aunque no entendía su sufrimiento, creía que su futuro estaba seguro con Dios. Confiaba en la esperanza prometida por su Padre celestial y encontró gozo al saber que no sólo sobreviviría sino que algún día florecería y sería feliz nuevamente.
En este breve versículo, vemos que David no permitió que las circunstancias lo quebrantaran, sino que eligió mantener la cabeza en alto. Aceptó su realidad incluso si no le gustaba, no la entendía o no la merecía, y se negaba a ser destruido por las dificultades.
La separación y el divorcio son realidades que nadie quiere tener. Sin embargo, la verdad es que no todos los matrimonios que luchan terminan en reconciliación. Pero el final de un matrimonio nunca es el final de nuestra historia, y las promesas de Dios para gozo y florecimiento son la esperanza que nos mantiene de pie cuando sentimos que las piezas rotas de nuestro corazón y nuestra vida se derrumban a nuestro alrededor.
Un matrimonio roto no nos deja destruidas. Todas tenemos el poder en Cristo de ser como el olivo y empezar de nuevo, desde el suelo, cuando la vida nos derriba. La clave es estar lista para estar completa nuevamente y dar pasos positivos hacia adelante en la fe para que eso suceda.
Señor, confío en Tus planes para mi vida pase lo que pase. Sana mi corazón y restaura todo lo que se ha perdido. Dame la fuerza y la confianza para abrazar Tu paz y la seguridad de que, a pesar de mis circunstancias, no tengo que vivir como una alma quebrantada. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Cuando sientes que la vida debería ir de otra manera… cuando el dolor y la herida se sienten tan insoportables que tienes ganas de rendirte… Dios está ahí contigo en cada momento doloroso por el que pasas y Él tiene un plan. Puede que no lo parezca o no lo sientas, pero podemos aferrarnos a Romanos 8:28 (NBLA), “Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito”. En su libro, No debería ser así, Lysa TerKeurst nos invita a su propio camino de fe y nos ayuda a dejar de estar arrastradas por la ansiedad, entrenándonos para reconocer las tres estrategias del enemigo para que podamos mantenernos firmes y pasar de nuestra sospecha de que Dios es cruel o injusto a la certeza bíblica de que Dios nos está protegiendo y preparando. Haz clic aqui para ver nuestro recurso gratuito de los capítulos 1-3 del libro. Y compra una copia personal haciendo clic aquí.
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Juan 15:9,11, »Yo los he amado a ustedes tanto como el Padre me ha amado a mí. Permanezcan en mi amor… Les he dicho estas cosas para que se llenen de mi gozo; así es, desbordarán de gozo. (NTV)
¿De qué manera puedes confiar en los planes de Dios para tu vida hoy a pesar de las circunstancias quebradas por las que estás pasando?
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