Devocionales

Cuando Dios no se manifiesta

Ruth Schwenk 29 de marzo de 2022
Juan estaba en la cárcel, y al enterarse de lo que Cristo estaba haciendo, envió a sus discípulos a que le preguntaran: —¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? Mateo 11:2-3 (NVI)

Me senté en el piso de madera de nuestra cocina, con la espalda pegada a la pared, la cabeza entre las manos y las lágrimas fluyendo. Quería confiar en Dios para la nueva vida dentro de mí, pero mis pérdidas pasadas amenazaban mi paz actual.

Después de haber tenido problemas en embarazos anteriores, este me tenía temblando. Lo que se suponía que iba a ser el momento más feliz era el momento más difícil, y tenía miedo de lo que traería cada día.

Una cosa es decir que Dios obrará todo para tu bien. Pero, ¿qué haces cuando tienes miedo de que Dios no se manifieste?

A veces las circunstancias en nuestras vidas no tienen sentido. Nos preguntamos qué está tramando Dios, e incluso más apremiantemente, podemos dudar y preguntarnos si Dios se manifestaría en lo absoluto. Pero la duda no es lo mismo que la incredulidad, así como lo vemos bellamente en el ejemplo de Juan el Bautista, quien se encontró sufriendo en prisión debido a su lealtad a Dios. En un momento de cuestionamiento y duda, Juan se preguntó si Dios lo ayudaría.

Juan estaba en la cárcel, y al enterarse de lo que Cristo estaba haciendo, envió a sus discípulos a que le preguntaran: —¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? (Mateo 11:2-3)

Como todo judío fiel, Juan sabía que la venida del Mesías significaba buenas nuevas para los pobres, sanidad para los corazones heridos, y “libertad a los cautivos”(Isaías 61:1, NBLA). Pero ¿se manifestaría Jesús a favor de él? ¿Ahora?

En la respuesta de Jesús a Juan en Mateo 11:4-6, Jesús citó Isaías 61:1. Pero omitió una frase muy importante. No dijo nada sobre la libertad de los prisioneros.

“Les respondió Jesús: —Vayan y cuéntenle a Juan lo que están viendo y oyendo: Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas. Dichoso el que no tropieza por causa mía.” (Mateo 11:4-6, NVI)

De la respuesta de Jesús, Juan entendió que su fe, que lo había metido en la cárcel, no lo liberaría de la celda en la prisión en la que se encontraba. Si bien el ministerio de Jesús ciertamente incluiría liberar a los cautivos, lo que Juan esperaba no sería lo que experimentaría él. Y Jesús no ayudó de la manera que Juan esperaba.

Pero la historia de Juan no termina en desesperanza. No cayó en la trampa de la incredulidad. Tampoco se “tropezó”, ni se apartó, a causa de Jesús. A diferencia de otros (por ejemplo, Judas Iscariote), las Escrituras no indican que la vida de Juan terminó en traición o incredulidad. Por el contrario, Jesús aludió a Juan más tarde en su ministerio como un ejemplo de justicia. (Mateo 21:32)

Lo que podemos aprender de Juan es que no pasó de la incertidumbre a la certeza sino de la incertidumbre a la confianza. Aprendió lo que todas debemos aprender: en las manos de Dios, incluso lo que parece no tener sentido, eso mismo es sagrado y está lleno de significado y propósito.

Después de ese día lloroso en la cocina, Dios se mostró fiel a mí. Él me recordó a través de Su Palabra que Él es bueno y digno de confianza, sin importar el resultado de nuestras circunstancias. Me invitó a apoyarme en Él como mi Roca, a buscar consuelo en Él como mi Padre celestial y a cambiar mis temores por Su paz.

Amiga, no estoy segura de lo que estás enfrentando en tu vida hoy. Pero si estás luchando por entregar tus esperanzas y dolores a Dios, estás en buena compañía.  Todas estamos cojeando, aprendiendo a confiar en Jesús en todas las cosas.

La buena noticia es que Jesús no solo sufrió por nosotras, sino que sufre con nosotras. Él entra en nuestro dolor. Y sin importar el resultado final de cualquier situación, Jesús nos da la gracia de caminar fielmente bajo el peso de nuestra cruz y hacia Su gloria.

Querido Jesús, gracias por estar a mi lado en cada etapa de mi vida. Incluso cuando no entiendo lo que estás haciendo, ayúdame a confiar en que Tu amor por mí es infinito y Tu plan para mí es bueno. En el Nombre de Jesús, Amén.

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© 2022 por Ruth Schwenk. Todos los derechos reservados.


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