Al instante el padre del muchacho gritó y dijo: «Creo; ayúdame en mi incredulidad». Marcos 9:24 (NBLA)
Escribí las palabras "Dios lo resolverá” en la barra de búsqueda de mi teléfono, el título de una canción que quería escuchar desesperadamente pero que no creía del todo.
Había sido una lucha durante los pasados meses a medida que las dificultades de las cosas que estaban fuera de mi control continuaban aumentando en mi vida. Me sentí como una pelota de ping pong, lanzada de un lado a otro por lo que parecían ser retos injustos e imposibles: padres que envejecían, problemas matrimoniales y situaciones internas en mí.
Estaba abrumada y decidida a ahogar la duda y la tristeza en las palabras que necesitaba repetir en mi mente: “Dios lo resolverá”.
Si pudiera escuchar esas palabras lo suficiente, quizás, solo quizás, las creería. Me puse los auriculares y apoyé la cabeza en la almohada. Mientras la canción sonaba y luego se repetía una y otra vez, las lágrimas se deslizaban lentamente por mi rostro. Eventualmente lloré hasta quedarme dormida.
La letra me incitó a reflexionar sobre mis experiencias pasadas con Dios. Mientras pensaba en las circunstancias difíciles que ya había enfrentado con la ayuda de Él, me encontré llenándome de valor para creer que Dios haría lo mismo otra vez. Pero las palabras de la canción no estaban de acorde al peso de mi preocupación.
Cuando desperté, no vi ningún cambio visible en mi situación o en mi fe. Tenía las mismas dudas en Dios con las que me había acostado. Las circunstancias que enfrentaba parecían mucho más grandes que la capacidad de Dios para resolverlas en mi nombre. Mi fe se sentía tan incierta.
Aquí es donde se encontraba un padre desesperado en el libro de Marcos.
Este padre determinado llevó a su hijo poseído por un demonio a Jesús. Un espíritu maligno le había robado el habla al niño y lo había arrojado al suelo. A veces, el espíritu lo arrojaba al fuego o al agua en un intento de matarlo. El hijo rechinaba sus dientes y echaba espuma por la boca desde la infancia. (Marcos 9:17-21)
Desesperado, este hombre acudió primero a los discípulos de Jesús, quienes no pudieron expulsar al demonio, y luego a Jesús. Antes de escuchar acerca de Jesús, el hombre pudo haber pensado que la vida de su hijo nunca cambiaría. La noticia de los milagros que Jesús realizó probablemente le dio al hombre un rayo de esperanza para su hijo, pero aún tenía dudas.
Su incertidumbre era evidente cuando le dijo a Jesús: “…Pero si Tú puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros y ayúdanos»” (Marcos 9:22b, NBLA).
Jesús miró al hombre y respondió, “«¿Cómo “si Tú puedes?”», le dijo Jesús. «Todas las cosas son posibles para el que cree».” (Marcos 9:23)
Entonces el padre expresó un sentimiento con el que me puedo relacionar: “«Creo; ayúdame en mi incredulidad»” (Marcos 9:24).
Aquí es donde muchas de nosotras podemos encontrarnos cuando hemos soportado una situación difícil durante mucho tiempo.
El cuidar a un niño con discapacidades, luchar bajo el peso de las deudas, atravesar una temporada difícil en el matrimonio y lidiar con una enfermedad son algunas situaciones que pueden agrandarse en nuestras mentes. Nosotras también podemos estar diciendo: «Creo; ayúdame en mi incredulidad!»
Pero la fe incierta de este hombre fue suficiente para Jesús. Jesús le ordenó al demonio que saliera del niño y nunca más entrará en él. El niño fue sanado ese día, y me imagino que la fe del padre se fortaleció. (Marcos 9:26-27)
La capacidad de Dios para resolver nuestros problemas siempre será mucho mayor que los problemas mismos. El obstáculo que debemos vencer es el temor de que Dios no resuelva nuestras circunstancias en la forma y en el tiempo que nos gustaría que Él las resolviera.
El hombre en este texto recibió el resultado deseado, pero este no siempre es el caso para todas las oraciones. Si Dios no contesta nuestras oraciones de la manera que deseamos, eso no lo hace menos compasivo o preocupado por nosotras. Tampoco es un reflejo de nuestra falta de fe. Tener fe en Dios, a pesar de los desafíos que enfrentamos, requiere que elijamos confiarle el resultado final.
Tenemos la opción de creer que Dios es quien dice que es, sin importar lo que permite en nuestras vidas. Digo esto pese a que continúo atravesando circunstancias difíciles que están más allá de mi control, mientras elijo creer que Dios lo resolverá: Dios siempre resolverá todas las circunstancias para el bien eterno de aquellos que lo aman.
Querido Dios, ayúdame a confiar en Ti cuando me sienta insegura. Que descanse en la verdad de que Tú estás íntimamente preocupado por mí. Concédeme paz mientras espero que Tú resuelvas las circunstancias difíciles de mi vida. En el Nombre de Jesús, Amén.
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