…vivirá todo por donde pase el río. Ezequiel 47:9c (NBLA)

Junto con mi esposa, Stasi, estuve entre los 62 millones de propietarios que hicieron renovaciones en sus viviendas durante la pandemia de COVID-19; eso es más de las tres cuartas partes de todos los dueños de viviendas en los EEUU, los niveles más altos jamás vistos.

Pintamos la sala y pusimos alfombras y sillas nuevas. Mejoramos nuestro jardín también. Esto era mucho más que aburrimiento o el deseo de cambio; era un anhelo profundo por un nuevo comienzo en la vida en medio de tanta pérdida e incertidumbre. La locura por la renovación reflejaba algo más profundo: un anhelo de que la vida volviera a ser buena, expresado en pintura y alfombras, jardines y paisajismo.

Pero todo el tiempo que Stasi y yo estuvimos renovando nuestra casa, pude sentir que algo andaba mal. La preocupación de hacer nuestro hogar más agradable temporalmente distrajo mi mente de los recuentos de muertes en Nueva York, Londres, París, Delhi y otros lugares, y de la batalla por las vacunas. No parecía que fuera la respuesta. Fue algo bueno que disfruté. Pero no trajo la solución que estaba anhelando.

Luego, la vida comenzó a volver a una apariencia de normalidad: recuperamos restaurantes, películas, conciertos al aire libre. El mundo salió corriendo como el sobreviviente hambriento de un naufragio, traído de vuelta del aislamiento y puesto ante un banquete dominical. En el verano de 2021, no se podía alquilar un auto, Airbnb o espacio para campamento. Los aeropuertos, las playas y los parques nacionales estaban atascados. El anhelo de que las cosas volvieran a estar bien era (y sigue siendo) intenso.

Personalmente, no pude obtener lo suficiente. Pero todas esas comodidades y actividades no estaban entregando lo que mi alma cansada anhelaba desesperadamente.

Tiene que ver con las reservas.

Acudimos a nuestras reservas profundas para soportar años de sufrimiento y privaciones. Entonces, llega el día cuando nuestro corazón simplemente dice, ya no me importa; me rindo. Abandonamos la lucha y vamos en busca de alivio. Me temo que esto es lo que está sucediendo ahora a nivel global.

Todos nos hemos escapado para encontrar vida y alegría después de años de estrés, trauma y privaciones. Pero no está funcionando; nunca funcionará. Volvemos a nuestra normalidad de lunes a viernes, decepcionados, y esa decepción se convertirá en desilusión. Y la desilusión nos hace extremadamente vulnerables al enemigo de nuestras almas.

Debemos pastorear amorosamente nuestra sed hambrienta de regreso a la Fuente de la vida.

Muchos pensamos que lo que necesitamos ahora mismo son tres meses en la costa. Paseos por la playa, bebidas en la cubierta de un barco… y de todo corazón, espero que encuentres eso. Pero para la mayoría de nosotros, un año sabático en algún refugio hermoso no está disponible. Lo que está disponible es el Río de la Vida, Dios mismo, en formas que aún no hemos aprovechado.

Dios quiere poner Su vida a tu disposición. Recuerda, Él es el Creador de esos lugares hermosos a los que te gustaría poder ir para tomarte un año sabático. Toda esa belleza y resiliencia, toda esa vida, viene de Dios, y ¡Él quiere impartir a ti una mayor medida de Sí mismo! La vida de Dios se describe en las Escrituras como un río: un río poderoso, magnífico, incesante, que siempre se renueva y que fluye constantemente.

Ezequiel recibió una serie de visiones hermosas, vislumbres del Reino de Dios que impregnan este mundo. Vio el templo de Dios en Jerusalén, y del templo fluía el Río de la Vida. A medida que fluía por el campo, se hizo tan profundo y ancho que no era posible cruzarlo a nado, ¡una imagen de abundancia! Me encanta cómo termina el pasaje:

…vivirá todo por donde pase el río (Ezequiel 47:9c).

Vivirá todo. Esto es lo que queremos: vivir, volver a encontrar la vida en toda su plenitud.

Para aprovechar el Río de la Vida, comenzamos por amar a Dios en nuestro anhelo de que la vida vuelva a ser buena. Casi todos hemos estado persiguiendo alivio en una miríada de esperanzas, planes y sueños sin volvernos primero a Dios. Así que necesitamos entrar en el anhelo; sentirlo; estar presentes; y en ese lugar, empezar a amar a Dios. Elígelo.

Nuestro primer paso hacia la resiliencia es volver a Jesús desde todos los otros lugares en los que hemos estado persiguiendo la vida. Le permitimos ser nuestro Salvador aquí, en el anhelo de que la vida vuelva a ser buena. Le pedimos a Dios que nos llene con el río de Su vida.

Dios, vuelvo a Ti ahora en mi anhelo de que la vida vuelva a ser buena. Te amo aquí, en los anhelos, deseos y angustias de mi alma. Abro mi corazón y mi alma al Río de la Vida. Deja que fluya en mí, a través de mí y a mi alrededor, restaurando, renovando y sanándome. Solo tú eres la vida que busco, y doy la bienvenida a Tu río en mi corazón y alma; Recibo el río de Tu vida en mí. En el Nombre de Jesús, Amén.

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Profundicemos

Apocalipsis 22:1-2a, Luego el ángel me mostró un río de agua de vida, claro como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, y corría por el centro de la calle principal de la ciudad. (NVI)

¿Dónde has estado buscando alivio a través de una miríada de esperanza, planes y sueños sin volverte primero a Dios?

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