Devocionales

Ejerciendo diferentes fortalezas cuando nos sentimos débiles

Elizabeth Laing Thompson 21 de julio de 2022
pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo. Por eso me regocijo en debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo; porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte. 2 Corintios 12:9-10 (NVI)

Me apresuro a entrar en una habitación con espejos llena de mujeres, todas preparándose para que comience la clase de ejercicios. Que será en aproximadamente 40 segundos.

«Perdón. Lo siento, ups, lo siento». Tropecé a través de un laberinto de colchonetas de yoga, en busca de un espacio abierto. Sentí una marea de ojos sobre mí, y por un segundo consideré escabullirme por la puerta, ahorrandome la humillación de ser esa chica que llega tarde. Pero la instructora todavía está jugando con sus auriculares y realmente necesito hacer ejercicio, así que decido tragarme mi orgullo y quedarme.

Me incliné hacia dos mujeres, tan avergonzada que apenas logré hacer contacto visual. «Lo siento», susurré, «pero ¿puedo meterme entre ustedes?»

Ambas mujeres sonríen y entran en acción. «¡Por supuesto!» dice una, inclinándose para hacer espacio entre sus colchonetas.

«Toma mis pesas», dice la otra, ya corriendo por el gimnasio para conseguir otro juego.

En cuestión de segundos, estoy acomodada entre ellas, y me lanzan sonrisas conspiradoras de lo hicimos. Intercambiamos gemidos de miseria a lo largo de la clase, y luego intercambiamos nombres. Mientras empacaba, una alegría profunda emanaba a través de mí, y no solo eran las endorfinas del ejercicio.

Es el sentimiento de… gracia. De ser perdonada por un grave error y ser recibida con una sonrisa. Y, sorprendentemente, es un sentimiento de pertenencia.

En el camino a casa, pienso en cómo Dios ama poner de cabeza la sabiduría mundana. Recuerdo las palabras del apóstol Pablo sobre un momento en que le rogó a Dios que lo aliviara de una debilidad, pero Dios le dijo que la acogiera:

pero [Dios] me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo. Por eso me regocijo en debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo; porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte (2 Corintios 12:9-10).

No me gusta sentirme débil. Me hace sentir… bueno, débil. Inferior. Incompetente. Necesitada. Prefiero por mucho sentirme fuerte, autosuficiente, responsable. Pero Dios dice que la debilidad es un lugar en el que Él puede trabajar, un lugar en el que Él y Su pueblo pueden brillar. Cuando somos débiles, entonces somos fuertes.

Ese día en mi gimnasio, vi que la revelación de Pablo de parte de Dios era correcta. (Por supuesto que era correcta). Reconocer mi debilidad me permitió experimentar un momento de gracia y, más aún, un momento significativo de conexión. Admitir mi debilidad no condujo al rechazo, como había temido, sino a la relación.

Si luchas con pedir ayuda, oro para que te unas a mí para acoger la sabiduría invertida de Dios. Cuando nos sentimos débiles, tenemos la oportunidad de ejercitar diferentes tipos de fortaleza: el valor para admitir la necesidad e invitar ayuda. La humildad para apoyarse en las fortalezas de los demás. Nuestra vulnerabilidad permite que Dios nos fortalezca, no solo con el apoyo y el aliento de los demás, sino también con la relación y el crecimiento en Él.

¿Qué necesitas tú hoy? ¿Oraciones? ¿Consejos para una situación complicada? ¿Responsabilidad por una constante tentación? ¿O necesitas apoyo en las cargas diarias de la vida: lavar ropa, preparar comidas, compras del supermercado?

Cuando permitimos que otros nos apoyen en nuestra debilidad, les permitimos honrar a Dios con sus dones. Honran a Dios cuando oran por nosotras, nos animan y nos sirven. En esos momentos vemos el cuerpo de Cristo en su máximo esplendor, en su máxima potencia.

Padre, gracias por redimir nuestras debilidades y necesidades. Por favor, ayúdame a invitar y aceptar humildemente la ayuda que necesito de Ti y de los demás. Ayúdame a acoger Tu fortaleza en lugar de buscar la fortaleza dentro de mí. En el Nombre de Jesús, Amén.

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PROFUNDICEMOS

2 Corintios 4:17-18, Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible, sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno. (NVI)

¿Cómo has experimentado la conexión con otras personas y con Dios en momentos de debilidad? Comparte tus pensamientos en los comentarios.

© 2022 por Elizabeth Laing Thompson. Todos los derechos reservados.


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