Devocionales

La tensión con la cual todas luchamos

Lysa TerKeurst 4 de octubre de 2022
Queridos hijos, no amemos de palabra ni de labios para afuera, sino con hechos y de verdad. 1 Juan 3:18 (NVI)

Hay una palabra que no me he atrevido a mencionar cuando me he enfrentado a problemas de relación o dificultades en el pasado. La he evitado. He tenido miedo de nombrarla. La he ignorado cuando me ha sido posible.

La palabra es disfuncionalidad.

Bueno… déjame confesar algo: tengo disfunciones. Otras personas que conozco también las tienen. Cada ser humano viviente tiene dificultades. No debe asustarnos cuando reconocemos que es algo real. Sin embargo, deberíamos preocuparnos cuando esas deficiencias se convierten en nuestra normalidad.

¡Pues! Me señalo a mí misma aquí.

Recuerdo una vez que mi hermana vino a visitarme. Recientemente habíamos hecho unas renovaciones en el cableado de nuestra casa. Por algún motivo, nuestro calentador de agua no funcionaba a menos que se encendieran los reflectores de la parte trasera de nuestra casa. Así que, si estabas disfrutando una ducha de agua caliente y alguien apagaba los reflectores — ¡zas! — rápidamente el agua fría te hacía temblar, gritar y llamar de un grito a alguien en la planta baja para que volvieran a encender los reflectores.

Hola, disfuncionalidad.

Mi hermana inclinó la cabeza y dijo «Lysa, sabes que eso no es normal, ¿verdad? Sabes que un electricista puede arreglarlo, ¿no es cierto?».

Técnicamente, sabía que un electricista podía solucionar el problema. Pero esa no fue mi respuesta automática. Llamar a un electricista costaría dinero, y cuando era niña, esa no habría sido una opción para mi familia. Esta forma de pensar se arraigó tanto en mi ser, que pensaba que era mejor arreglármelas por mi cuenta y dar vueltas alrededor de los problemas en lugar de pagar para solucionarlos.

Pero esto no se trata simplemente de los reflectores y el agua caliente. Tiene que ver con lo que representa la situación de “reflectores y agua caliente”. Se trata de dejar de ser consciente de cuán disfuncionales se han vuelto las cosas y reaccionar como si algo fuera normal, cuando no lo es en absoluto. La disfuncionalidad significa que las cosas no están funcionando correctamente.

Dicho de otro modo, algo se interpone en el camino de cómo deberían ser las cosas. Por ejemplo, una madre debe criar a su hijo. Sin embargo, es disfuncional cuando un hijo tiene que criar a su madre. Otro ejemplo es cuando se espera que un cónyuge sea no solo la pareja, sino un salvador del otro cónyuge. O cuando la felicidad de una amiga depende de que la otra amiga la haga sentir BIEN todo el tiempo.

Y cuando tropezamos con áreas de nuestras relaciones que simplemente no están bien, tenemos una opción: podemos usar el conflicto y la tensión para hacernos más conscientes de nuestros problemas, o ignorar totalmente lo que dice la otra persona y seguir convencidas, erróneamente, que esto mejorará por sí solo.

Pero no será así.

El abordar de manera apropiada el problema es algo saludable. El ignorar el problema aumenta la probabilidad de disfuncionalidad.

Me encanta cómo 1 Juan 3:18 nos instruye sobre la importancia de amar y vivir las relaciones en la verdad: “Queridos hijos, no amemos de palabra ni de labios para afuera, sino con hechos y de verdad”. Cuando esto no es el caso y nos encontramos en una relación donde la verdad está manipulada, negada u omitida parcialmente a modo de encubrir conductas que deberían ser atendidas, las disfunciones pueden ser no solo difíciles… pueden volverse destructivas.

Entonces corremos el riesgo de que un patrón de errores se tolere como aceptable, porque con el tiempo comienzan a sentirse menos alarmantes, más aceptables y finalmente, se convierten en nuestra versión de “normal”. Y si bien, los problemas con mi agua caliente fueron inconvenientes, las disfunciones que se escondían en mis relaciones y en mi vida podrían ser realmente perjudiciales.

Amiga, no sé cómo estas palabras se apliquen a tu vida hoy, pero quiero decirte esto: la disfuncionalidad puede ser inevitable. Todas las relaciones pueden ser difíciles a veces. Sin embargo, no deben ser perjudiciales para nuestro bienestar.

Comprendo cuán duro puede resultar todo esto, pero estoy aprendiendo que es aquí donde inician los corazones sanados y las relaciones más saludables. Ese proceso empieza cuando elegimos no ignorar los patrones disfuncionales, tal vez incluso destructivos, y cuando nos volvemos honestas. Cuando elegimos sacar estos temas a la luz y abordarlos con medidas iguales de gracia y verdad. Cuando buscamos límites saludables y los vemos como la manera de amar bien a los demás sin perder lo mejor de lo que somos.

No tenemos que tener miedo de nombrar las dificultades con las que ya estamos luchando. La honestidad saludable no trata de hacernos daño sino que intenta sanarnos.

Dios, ayúdame a no evitar o ser insensible a las disfunciones que puedan estar presentes en algunas de mis relaciones. Aun cuando identificarlas, abordarlas o confrontarlas sea abrumador, incluso imposible, recuérdame que no estoy sola. Tú estás conmigo. Dame el valor de tener las conversaciones que debo tener. Dame sabiduría y discernimiento. Quiero vivir en la salud que Tú deseas que yo experimente en mis relaciones. En el Nombre de Jesús, Amén.

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