Devocionales

Soltando el miedo al conflicto

Lysa TerKeurst 19 de enero de 2023
»Así como el Padre me ha amado a mí, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Juan 15:9 (NVI)

Cuando tenía poco más de 20 años, lo que más me desagradaba era el conflicto.

No expresaba mi opinión incluso cuando tenía sentimientos profundos sobre el tema. Le daba vueltas a conversaciones o límites necesarios debido a mi miedo de lo que sucedería con la relación o lo que pensarían de mí. Me convertí en el tipo de chica que sonreía mientras mantenía todo dentro.

Lo que he aprendido ahora que no sabía en ese entonces, es esto: el problema con pretender estar bien cuando en realidad no lo estamos es que todo ese vapor reprimido eventualmente saldrá a la luz. Y si alguna vez te has acercado demasiado al vapor, sabes cómo puede quemar.

Por fuera puede haber parecido que solo era reacia a los conflictos, pero por dentro había una trampa profundamente arraigada en la que había caído, la de querer complacer a la gente.

Años más tarde, todavía me cuesta. Hasta el día de hoy no disfruto ningún tipo de conflicto. Todavía lucho por querer complacer a la gente más de lo que debería. Y mientras he examinado esto, me he preguntado una y otra vez: ¿con qué estoy luchando, verdaderamente? ¿De qué estoy tan insegura? ¿Cuál es el gran temor en mi alma? Además de temer que otras personas se alejen de mí, ¿cuál es el miedo más profundo que impulsa todo esto?

Tal vez sea más profundo que mi miedo a que alguien me rechace debido a un conflicto que no salió bien. Tal vez temo que debo obtener de la gente lo que no estoy segura de que Dios me vaya a proveer. Y si temo que la provisión de Dios es incompleta, debo llenar ese vacío con otras personas o no sobreviviré en este mundo grande, a veces aterrador, a menudo amenazante y siempre caótico.

Por lo tanto, he hecho de las personas la respuesta a mi seguridad en lugar de Dios mismo. He hecho racionalizaciones para evitar conflictos o crear malestares en otros, con la esperanza de que esto me traiga la paz que realmente anhelo.

Uff.

Es una seguridad invertida que solo nos hace sentir más y más inseguras cada vez que nos damos cuenta de que las personas no fueron diseñadas ni son capaces de llenar los vacíos de nuestras dudas acerca de Dios. La cortina de humo es “no quiero parecer desagradable o anticristiana provocando un conflicto con mi ‘no’ o estableciendo un límite necesario”. Pero la pura verdad es que siempre desearemos desesperadamente de otras personas lo que tememos que nunca obtendremos de Dios.

Tratar de complacer a la gente no será de satisfacción ni para nosotras mismas ni para los demás, y ciertamente no le agrada a Dios.

Incluso cuando miramos la vida de Jesús, vemos que hizo tantos actos de amor sorprendentes y sacrificados por los demás. Alimentó a las personas, les lavó los pies, les enseñó, los consoló y modeló una forma diferente de actuar y pensar. Pero Él no lo hizo para que la gente llenara una necesidad en Él. Sirvió desde un lugar de plenitud, no por una sensación de plenitud (Mateo 20:28).

Jesús fue obediente a Dios y amaba mucho a la gente. No complacía a la gente, con la esperanza de que todos lo quisieran y aceptaran. Y cuando a la gente no le gustó lo que decía y se alejaron de Él, y mucha gente lo hizo, Él no abandonó Sus límites para perseguir a la gente y rogarles que lo aceptaran de nuevo. Jesús amaba a la gente lo suficiente como para darles la opción de alejarse.

¿Qué tiene que ver todo esto con nuestro propio miedo al conflicto? Todo.

Dios nos llama a obedecerle. Dios no nos llama a obedecer todos los deseos y caprichos de otras personas y mantenerles felices a toda costa. Dios nos llama a amar a otras personas. Dios no nos llama a exigir que nos amen de vuelta y suplir cada necesidad que tenemos.

Si tenemos miedo de que alguien piense mal de nosotras, nos abandone potencialmente o trate de hacernos sentir que estamos locas cuando verbalizamos nuestra opinión sobre algo, es probable que, sin límites sabios, eventualmente nos hagan estas tres cosas.

Entonces, ¿cómo podemos dejar de tener miedo al conflicto y dejar a un lado el hábito no saludable de querer complacer a las personas? Podemos comenzar respirando las palabras de Jesús en Juan 15:9: “Así como el Padre me ha amado a mí, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor”. Cuando recordamos que somos amadas por Dios, podemos permanecer en Su amor. Podemos permitir que esta verdad informe nuestros pensamientos y acciones. Al saber que somos amadas, podemos considerar en oración las conversaciones o los límites necesarios en nuestras relaciones. Podemos buscar un enfoque más saludable para los conflictos inevitables con los cuales todas luchamos, enfrentando los problemas con gracia y humildad. Al saber que somos amadas, podemos liberarnos del miedo y la ansiedad que genera en nosotras el querer complacer a todos.

En última instancia, saber que somos amadas por Dios nos permite vivir sin cargar con el peso de lo que otros piensan de nosotras.

No sé tú, pero yo quiero vivir como si fuera amada hoy. ¿Me acompañas, amiga?

Padre Celestial, por favor recuérdame cuánto me amas para que esté menos tentada a buscar en otros las cosas por las que realmente debería buscarte a Ti. Gracias por revelarte a mí a través de Tu Palabra hoy. Ayúdame a progresar en mi miedo al conflicto y también a hacer un inventario honesto de las conversaciones o los límites necesarios que pueda estar evitando. Gracias por no obligarme a resolver esto sola. En el Nombre de Jesús, Amén.

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Juan 15:11, Les he dicho esto para que tengan mi alegría y así su alegría sea completa. (NVI)

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