Como el SEÑOR le había hablado, ella le puso por nombre: «Eres el Dios que me ve», porque como ella dijo: «En realidad he visto aquí a Aquel que me ve». Génesis 16:13 (PDT)
Recuerdo el momento como si fuera en cámara lenta. Cada sílaba de la palabra me hacía sentir más vergüenza mientras él me decía invisible.
Esto sucedió años atrás cuando mi esposo estaba en un ministerio donde viajaba a diferentes iglesias para dirigir la adoración. Pasamos una semana en una iglesia pequeña del sur del estado de Georgia. Uno de los miembros nos abrió las puertas de su hogar para cenar hamburguesas después del último servicio del miércoles por la noche. Comimos y nos reímos con su familia. Lo escuchamos contar historias vívidas con un fuerte acento sureño.
Cuando era hora de irnos, me quedé junto a mi esposo mientras nuestro anfitrión ofrecía una despedida bulliciosa a los otros invitados. Pero cuando se acercó a mí, se veía confundido, como si nunca me hubiera conocido.
«Vaya, ¿eres realmente invisible allí atrás, verdad?», me dijo.
No lo dijo con malicia. Fue una frase dicha a modo de simplemente pronunciar los hechos. Después de una semana en su iglesia y una noche en su casa, aparentemente yo era una persona poco memorable.
Me sentí avergonzada, insignificante y demasiado sola esa noche, rodeada por toda esa gente.
El sentirse invisible duele. Si pudiéramos sentarnos juntas para intercambiar historias, probablemente compartirías un momento en que te sentiste profundamente imperceptible. Cada corazón anhela ser reconocido. Simplemente abre Facebook o Instagram para comprobar que las personas por en todas partes hacen cualquier cosa para ser vistas.
Pero para la mayoría de nosotras, ser vista no es una táctica vacía para buscar atención. El querer ser verdaderamente conocida es un deseo profundo que perdura en nuestras vidas. En un intento desesperado por llenar este deseo, nos dirigimos al mundo distraído que nos rodea y nos preguntamos, ¿acaso alguien realmente ve mi corazón?
La dura realidad es que las personas no siempre son hábiles en lograr verse las unas a las otras. Solo cuando algo es ruidoso, emocionante, brillante o nuevo es cuando se nos incita a levantar la cabeza y fijarnos en él. Eso significa que la mayoría de nosotras, mujeres promedio, sentimos la punzada de ser ignoradas.
Nuestro versículo clave viene de una mujer que seguramente se sintió igual que yo ese día en el sur de Georgia: invisible. Agar era una sirvienta egipcia que estaba embarazada del hijo ilegítimo de Abraham y huía de las duras palabras de su ama, Sara, en Génesis 16. Completamente sola en su desierto, se encontró con una verdad que le cambió la vida: hay un Dios que ve a las que son pasadas por alto.
Como el SEÑOR le había hablado, ella le puso por nombre: «Eres el Dios que me ve», porque como ella dijo: «En realidad he visto aquí a Aquel que me ve» (Génesis 16:13).
Esta es la primera vez en la Escritura que escuchamos este nombre: El Roi, el Dios que ve.
El nombre es más dulce porque Agar lo pronunció primero. No es solo que Dios ve, sino que Dios la vio a ella. La historia de Agar nos muestra que Dios no solamente ve y ama a los personajes principales, los de la trama principal, el linaje correcto y la línea familiar correcta, los llamados y apartados, los hijos del pacto… Él también ve y ama a las personas que se sienten ignoradas.
Este nombre, el Dios que ve, no simplemente describe lo que Dios hace; revela Su carácter. Dios es omnipresente, en todas partes y al mismo tiempo. Él también es omnisciente, todo lo sabe en todo momento. Así que Dios, por Su misma naturaleza, no puede pasarnos por alto.
Cuando nos sentimos invisibles para el mundo que nos rodea, no pasamos desapercibidas para nuestro Padre. Podemos estar seguras que Él ve cada angustia, cada palabra no hablada, cada sacrificio y cada anhelo. Cuando alzamos nuestros ojos hacia Él, como Agar, podemos declarar, “en realidad he visto aquí a Aquel que me ve”.
El Roi, gracias por ver y conocer mi corazón hoy. Dame confianza en Tu amor cuando me siento ignorada por los demás. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Salmos 139:1-3, Oh SEÑOR, Tú me has escudriñado y conocido. Tú conoces mi sentarme y mi levantarme; Desde lejos comprendes mis pensamientos. Tú escudriñas mi senda y mi descanso, Y conoces bien todos mis caminos. (NBLA)
¿Cómo cambia tu perspectiva el tener el conocimiento de que Dios te ve y conoce todos los detalles de tus días cuando te sientes invisible?
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