El SEÑOR es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y está lleno de amor inagotable. Salmo 103:8 (NTV)
¿Luchas contra la ira?
Yo me crié en un hogar plagado de ira, y me prometí a mí misma que cuando fuera madre, siempre sería paciente y serena.
Y luego me convertí en madre. Uff. Nada es más humillante que uno encontrarse haciendo justamente aquello que había prometido jamás hacer.
Durante los últimos 10 años, he luchado por ser una madre apacible. Puedo sentir cómo aumenta mi presión arterial cuando mis hijos discuten acerca de a quién le tocó la mayor porción de tarta a quién le tocará jugar con un juguete favorito, o a quién le tocará sentarse en la falda de mamá a la hora de los cuentos.
«¡Hablen bajito!», he dicho unas cuántas veces… notablemente alzando el tono de mi voz. Mi hipocresía resulta evidente para que todos la vean.
Mis amigas que también son madres me dan palmaditas en el hombro y me aseguran de que no soy la única, lo cual agradezco, a pesar de que a veces hay poco consuelo al pensar que todos los demás también luchan contra la ira. No solo ocurre con los padres (y nuestros hijos). Pareciera que el mundo entero se ha vuelto enojado.
En los últimos años nuestra cultura se ha vuelto más ruidosa y está más llena de enojo: ya sea en las noticias o detrás del púlpito, voces irritadas tienden a exigir nuestra atención, y tonos cáusticos aparentan ganar la discusión.
¿Pero es la ira la forma de proceder de Jesús?
Hace unos años, mientras leía los Evangelios y el libro de 1 Corintios para desvelar el amor de Jesús, me dí cuenta de cuán maravillosamente Jesús personifica la verdad de que el amor “no se enoja fácilmente” (1 Corintios 13:5, NVI).
Cuando Jesús tomó forma humana, Él experimentó el espectro completo de las emociones humanas, incluyendo el enojo. Pero su enojo fue recto, siempre recto y dirigido hacia aquellos que abusaban de los débiles e inocentes. Jesús se indignó con los discípulos que bloquearon el acceso de los niños hacia Él (Marcos 10:13-16); Él derribó las mesas de los comerciantes del templo que cobraban más de la cuenta por los sacrificios, lo cual dificultó a las personas poder adorar a Dios (Mateo 21:12-17). La ira de Jesús reflejaba la ira del Padre: una emoción poderosa que nace del amor y la ternura hacia aquellos a quienes Él creó.
El salmista explica, “El SEÑOR es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y está lleno de amor inagotable” (Salmos 103:8). Nuestro Padre celestial no nos grita cuando nos olvidamos de leer nuestras Biblias; Él no tiene reacciones violentas ni pierde el control, incluso cuando lo desobedecemos. Él es misericordioso y bondadoso. Y cuando Él realmente se enfurece a lo largo de la Biblia, es siempre un reflejo de Su amor por lo que es bueno y de Su oposición recta hacia lo que es malo.
En cambio, nuestra propia ira surge muchas veces del egoísmo, el orgullo y la impaciencia. Nos arremetemos contra aquellos que nos traen inconvenientes (como el conductor que se mete delante nuestro en el tránsito) o aquellos que nos contradicen (como los vecinos cuyas convicciones políticas son diferentes a las nuestras). Y tristemente, a menudo actuamos de maneras muy crueles cuando el enojo nos controla, conduciéndonos a muchos remordimientos.
Pero Jesús no se enoja fácilmente porque, en Su esencia, Jesús es amor. Y siendo la encarnación misma de Dios con nosotros, Jesús nos ha demostrado el corazón del Padre (1 Juan 4:8).
Cuando sentimos que nuestra presión arterial aumenta, seamos rápidas en recordar el propio amor paciente de Dios hacia nosotras. Y vayamos corriendo a Jesús, nuestro Abogado celestial, y pidámosle Su amor paciente para calmar nuestros corazones enfurecidos.
Señor, te agradecemos porque no nos tratas tal como nuestros pecados se merecen; más bien, derramas sobre nosotras Tu gracia y compasión en Cristo Jesús. Confesamos que somos rápidas para enojarnos, a menudo debido a nuestro propio egoísmo y orgullo. Perdónanos, y moldea nuestros corazones con Tu propia misericordia y amor a medida que respondemos a otros durante este día. En el Nombre de Jesús, Amén.
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