Cuando miro el cielo de noche y veo la obra de tus dedos —la luna y las estrellas que pusiste en su lugar—, me pregunto: ¿qué son los simples mortales para que pienses en ellos, los seres humanos para que de ellos te ocupes? Salmo 8:3-4 (NTV)
Estaba agradecida por el auditorio de adoración oscuro que ocultaba mi maquillaje corrido y mi alma llena de vergüenza.
Los eventos y comportamientos a principios de ese año me habían llevado a una relación rota y a intentos fallidos de repararla. Me avergonzaba mi incapacidad para enmendar las cosas, sin importar cuánto lo intentara. Quería hacerlo mejor. Ser mejor.
En ese momento en la iglesia, mientras cantábamos alabanzas, me pregunté: Dios, ¿te importa?
Esta fue la pregunta que repetía durante las caminatas de verano mientras el sol se ponía detrás de las Montañas Rocosas. Los colores brillantes que Dios pintaba en el cielo con Su dedo eran impresionantes. Si Él se preocupaba por eso, ¿se preocupaba por mí?
Los escritores del Antiguo Testamento a menudo hablaban del dedo de Dios como una metáfora que comunicaba Su poder creativo y Su autoridad sobre su creación. El dedo de Dios también era conocido por enviar plagas destructivas y por inscribir los Diez Mandamientos (Éxodo 8:19; Éxodo 31:18). Sin embargo, recientemente descubrí algo más.
En Juan 8:1-11, Jesús estaba enseñando en los atrios del templo cuando los maestros de la ley trajeron a una mujer que fue sorprendida en adulterio. Mientras la acusaban y sentenciaban a muerte, Jesús se inclinó y escribió en la tierra. ¿Cuántas veces nos hemos preguntado qué estaba escribiendo Jesús? ¿Y por qué Juan lo mencionó en su Evangelio?
Juan no sólo dijo que Jesús se inclinó para escribir en la tierra. Él dijo: “Pero Jesús se inclinó y con el dedo comenzó a escribir en el suelo” (Juan 8:6b, NVI, énfasis mío).
El dedo de Dios es el dedo que creó los cielos y a nosotras.
Es el dedo que inscribió la ley perfecta.
Y ahora, el mismo dedo escribió en la tierra.
Cuánto desearía estar cara a cara con el Rabino Jesús, quien tiene el poder en Su dedo para condenar a los pecadores a muerte, pero en cambio liberó del pecado y la vergüenza a la mujer en Juan 8 (Juan 8:10-11).
Dios tiene todo el poder en Su dedo, sin embargo, Él elige perdonarnos. Para inclinarse hasta abajo y escribir en la tierra. Tierra que usó para crearnos (Génesis 2:7).
Primero escribió Su ley en tablas de piedra; en Cristo, ahora escribe Su amor en nuestros corazones.
Cuando miro el cielo de noche y veo la obra de tus dedos —la luna y las estrellas que pusiste en su lugar—, me pregunto: ¿qué son los simples mortales para que pienses en ellos, los seres humanos para que de ellos te ocupes? (Salmo 8:3-4).
Querida hermana, ¿qué vergüenza o pecado podrías llevar hoy que te mantiene atrapada? Imagínate en el lugar de la mujer en Juan 8; tu acusador te lleva ante Jesús para condenarte. Dirige tu mirada hacia Su rostro mientras se agacha en el lugar donde estás postrada en el suelo, avergonzada. Mientras se arrodilla delante de ti, Él dice, “—Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar” (Juan 8:11, NVI).
¡Oh, Señor! Estoy sin palabras en Tu presencia, aquí en el suelo donde extiendes Tu mano para que pueda agarrar el mismo dedo que me creó y me liberó. Que nunca me suelte. En el Nombre de Jesús, Amén.
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PROFUNDICEMOS
Juan 3:17–18a dice: Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en él no es condenado… (NVI)
Romanos 8:1-2, Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. (NVI)
¿Alguna vez has experimentado una vergüenza profunda por necesitar el dedo de Dios para sanar? En los comentarios comparte lo que significa para ti vivir en Cristo sin condenación.
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